Recuerdos de la liberación de Toledo

DOS RECUERDOS DEL 28 DE SEPTIEMBRE DE 1936 EN TOLEDO

Testimonio de JOSÉ MARÍA MARÍN

 

 Cuando se intenta tergiversar la reciente historia de España, es bueno rememorar pequeños acontecimientos o, si se quiere, breves anécdotas personales, que sirvan para mantener la verdad de los hechos.

Andrés Marín Martín

Intento revivir dos momentos del día de la liberación, sí liberación, de Toledo por las tropas (así las llamábamos y lo eran) nacionales.

El primero es cuando a la casa en que vivía (c/ de Santa Isabel,3) llegaron voces que decían: ¡“baja D. Andrés Marín”!. Significaba que mi padre vivía, y que mi padre volvía a casa. Todos sus hijos salimos corriendo hacia la plaza del Ayuntamiento, junto con mi madre, y a unos 50 mts. nos encontramos. Él abrazó a mi madre –embarazada de unos 6 meses- ella lloraba y él repetía: “¡Casi, (abreviatura de su nombre Casimira), no te vuelvas loca! ¡Cálmate!”. Cuando se separaron nos fue abrazando y besando, uno a uno, hasta que llegamos a la casa, donde se produjo el emocionante reencuentro con los demás familiares. Siento ser “políticamente incorrecto”; pero en mis ocho años de edad, quien me devolvía a mi padre, liberado de sus sitiadores, era el General Franco, por quien mantengo intacto el consiguiente sentimiento de profunda gratitud.

La intensidad de este sentimiento quiero reflejarla diciendo que, en más de una ocasión, los hermanos que entonces teníamos uso de razón, hemos comentado, coincidentes, que asumiríamos repetir todos los sufrimientos y penurias y sobre todo miedos1, que soportamos durante el dominio “rojo” de Toledo, con tal de revivir la inmensa alegría del momento de volver a tener con nosotros a nuestro padre.

Antonio Rivera, el «ángel del Alcázar»

El segundo episodio, que tengo grabado casi fotográficamente en mi memoria, es el paso de D. José Rivera Lema y de mi padre cuando bajaban en unas parihuelas-camilla, a Antonio Rivera (el Angel del Alcázar), quien, como es sabido, había sufrido la amputación de un brazo por la explosión de una bomba de mano, durante el asalto al Alcázar que siguió a la explosión de la primera mina.

Muchas veces he recordado ese cruzar por delante de nuestra casa y hacia la suya, a paso muy lento, ya casi de noche y evitando las irregularidades del pavimento que había en las calles de Toledo, y lo comparo con las magníficas y dotadas de tantos elementos, ambulancias que hoy son de uso ordinario.

Días después, me llevaron a visitar a Antonio, porque iba a ver a “un santo”, me decían. Y me explicaron su valentía y su sacrificio, sobre todo el haber renunciado a la anestesia durante la operación quirúrgica, para que se pudiera aplicar a otro, dada la carestía de elementos propia del asedio. Más tarde conocí su “Tirad; pero tirad sin odio”, que depuraba el deber de todo sentimiento de enemistad.

¿Quién iba a echar de menos, entonces, partidos políticos, Cámaras legislativas, etc? Lo importante era salvar a España, reconstruirla, unir a los españoles, y, aunque fuera a la “trágala” (perdón por la expresión) aquello que, según he leído en un artículo de mi admirado Profesor Juan Antonio Sagardoy2, Angel Ganivet soñaba con que fuera restaurado en España: “ cuando todos los españoles acepten, con el sacrificio de sus convicciones teóricas, un Estado de Derecho fijo, indiscutible y por largo tiempo inmutable y se pongan unánimes a trabajar en la obra que a todos interesa, entonces podrá decirse que ha empezado un nuevo periodo histórico”. Y ¿qué hubo en España, a partir del año 1939?, una dejación (forzosa para muchos, no lo dudo) de las convicciones teóricas, y un afanarse común en la obra que a todos interesaba, porque hubo un Estado de Derecho (que se fue perfeccionando poco a poco), pero inmutable en lo esencial, y, desde luego, indiscutible. Nacido, tristemente, de una guerra civil; pero estos orígenes también fueron superados. Sobre tal superación, me permito narrar una nueva anécdota personal, cuya fecha no soy capaz de fijar, pero que tuvo que ser entre los años 1970 y 1973. Recibí a unos viajeros , uno y una, porque él venía a auxiliarme en determinada gestión administrativa relacionada con la función pública que yo desempañaba entonces en Toledo, y, para hacer tiempo hasta el momento de las actuaciones oficiales, les llevé, en automóvil, a “dar la vuelta al Valle”, es decir a admirar Toledo desde la carretera de circunvalación. Ella en un momento dado, dijo: “Mi padre estuvo en el Alcázar”. Inmediatamente la respondí: «Dime sus nombre y apellidos, porque conozco a muchos defensores, mi padre fue uno de ellos”.

A lo que repuso: “No; mi padre estuvo fuera, con los sitiadores.”

“Pues, fíjate, -la dije- tu padre, fuera y el mío dentro, y ahora vamos a comer juntos tan amigos y sin enemistad ninguna”. Y así fue.

1 El día 22 de Julio y en el cigarral de Nuestra Señora de la Cabeza fuimos colocados lo miembros de la familia frente a un pelotón de fusilamiento, trance del que nos libró la enérgica defensa de un miliciano del barrio quien convenció a los demás que el cigarral era de otra familia (la del Médico Militar Sr. Blanco, que puedo huir a Madrid), por lo que nosotros no teníamos nada que ver con las armas encontradas en el registro.

2 ¿QUO VADIS ESPAÑA?”, ABC del día 5 de Noviembre de 2016