TESTIMONIO DEL TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL D.ÁNGEL DELGADO SAAVEDRA

Les ofrecemos el testimonio del superviviente del asedio y Teniente de la Guardia Civil D. Ángel Delgado Saavedra, en una entrevista de 1971, que gentilmente nos ofrece su nieta Aurora Díaz Delgado. Se trata de una entrevista aparecida en 1971 en la prensa española. El texto íntegro es el siguiente:

«El Excmo.Sr.D.ÁNGEL DELGADO SAAVEDRA, era, en julio de 1936, Teniente de la Guardia Civil con destino en la Comandancia de Toledo, y más concretamente, en la Cuarta Compañía que guarnecía.

Hoy, en 1971, tras varios años en el empleo de General de Brigada con destino en la Dirección General del Benemérito  Instituto, le preguntamos:

 

1.  Mi General, ¿dónde le sorprendió el Alzamiento?

2. ¿Qué recuerdos tiene de aquellos meses anteriores a julio de 1936?

3. ¿Puede decirme algo de o sobre la preparación del Alzamiento en la parte que conoce?

4. ¿Cómo se efectuó la incorporación de la Cuarta Compañía al Alcázar de Toledo?

5. ¿Qué dificultades tuvieron y cómo las salvaron?

6. Ya en el Alcázar, ¿qué recuerdos guarda de aquellos setenta días?

7. ¿Recuerda alguna anécdota de los días de la defensa del Alcázar?

 

RESPUESTAS

 

A LA PRIMERA PREGUNTA:

Destinado en la Comandancia de Toledo, como Jefe de Línea de dicha Capital.

 

A LA SEGUNDA PREGUNTA:

En los días anteriores al Alzamiento Nacional, diariamente salía a los pueblos de la provincia para sofocar alteraciones de orden público, de invasiones de dehesas de propiedad privada, llegando un día a salir con la Sección hasta 22 veces; de madrugada desalojé la finca de la Ventosilla la cual invadieron cerca de 2.000 personas y terminé a la una de la madrugada del día siguiente en Mocejón, donde los marxistas armados tenían cercado el casino que entonces llamaban de derechas.

En aquellos días la Guardia Civil tenía menos horas de descanso que durante nuestra Guerra de Liberación y la campaña contra el bandolerismo.

 

A LA TERCERA PREGUNTA:

En nuestra Comandancia no teníamos noticias de la preparación del Movimiento Nacional. Recibimos una comunicación que emanaba del Ministerio de Gobernación, en la cual nos alertaban de que el Ejército organizaba un movimiento de importancia contra el régimen republicano. Aquel día al ir a montar, como todos los días que podía, un servicio especial en el Campamento de Alijares, para proteger la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, saludé a unos profesores y a mi buen amigo el Teniente Cuesta, muerto después gloriosamente en el Alcázar, le dije con mucho secreto que habíamos recibido esa comunicación y que si se sabía algo que comunicara a los dirigentes del Movimiento Nacional que el Gobierno Republicano Marxista tenía ya noticias de dicho Movimiento.

 

A LA CUARTA PREGUNTA:

La incorporación de la Cuarta Compañía al Alcázar la hizo juntamente con las fuerzas de las otras Tres Compañías que ya estaban concentradas en Toledo y la Línea de Illescas lo hizo cuando ya estábamos en el Alcázar. Yo fui el último oficial que salió del Cuartel en las primeras horas de la madrugada después de mandar echar las escopetas que pudimos a un pozo. Lo hice llevándome todos los caballos que había en el Cuartel. Poco antes de salir, me encontré en la explanada del Cuartel al Comandante Gastesi y al Comandante Don José Gómez de Salazar, que creo eran, el primero, Director, y el segundo, Administrador del Colegio de Huérfanos de Infantería María Cristina, que tenía la residencia frente a nuestra Casa-Cuartel.

Me preguntaron sorprendidos que cómo abandonábamos el Cuartel y al decirles los motivos y las amenazas que nos habían hecho de bombardearnos, en aquella madrugada, si no entregábamos el armamento, les invité a que se vinieran conmigo al Alcázar o de lo contrario que se fueran a sus domicilios, y aquellos hombres, excelentes militares, con un gran concepto del cumplimiento del deber, me contestaron que ellos tenían la obligación de custodiar el Colegio y su depósito de víveres y que no se moverían de allí. Después supe que estos dos magníficos Jefes hicieron frente a las hordas cuando éstas intentaron apoderarse del Colegio, siendo capturados y vilmente asesinados por las mismas. Digo esto, aunque no contesto a la pregunta, por la gran lección de moral militar que estos dos hombres, como otros muchos, dieron.

 

A LA QUINTA PREGUNTA:

Para llegar al Alcázar, que lo hice en las primeras horas de la madrugada, yo no tuve ninguna dificultad.

 

A LA SEXTA PREGUNTA:

Empezaré narrando lo que yo pude ver personalmente la misma tarde del día que nos concentramos en el Alcázar. Llegó a la explanada frente al Cuartel donde se encontraban los guardias con sus mujeres e hijos esperando órdenes, el Teniente Coronel Primer Jefe de la Comandancia acompañado por su yerno el Teniente Enríquez de Salamanca y al aplaudirle los guardias y sus familiares, quitándose el gorro de cuartel les dijo: “sabed que os llevo a una muerte segura”, y los guardias con sus mujeres contestaron: “con ustedes aunque sea a la muerte”. Ya en el Alcázar al día siguiente me ordenó el Coronel Moscardó que saliera con un camión de fuerza y varios camiones de transportes a la Fábrica Nacional de Armas para que subiera al Alcázar toda la cartuchería que hubiera fabricada, y así lo hice ayudado por unos valientes Oficiales de Artillería que habían llegado ese día a la Fábrica al mando del Comandante Méndez Parada. Al salir con el último camión, no pudimos hacerlo porque habían ordenado cerrar la puerta principal y unos emisarios que había allí de la Columna roja de Riquelme junto a una Compañía de Infantería que había en la Fábrica y que no obedecía ya a sus Jefes naturales, nos amenazaron con estas palabras: “si no se rinden, lo del Cuartel de la Montaña va a ser un juego”, yo me bajé del camión y me dirigí al despacho del Coronel Director, donde me encontré con otros emisarios de Riquelme y todos los Jefes reunidos para rendirse, pedí órdenes para que abrieran la puerta y un Capitán me contestó que yo debía recibir órdenes del Alcázar. Llamé al Coronel Moscardó y según estaba hablando con él, se presentaron los Oficiales de Artillería que habían ido en viaje de estudios con el Comandante Méndez Parada, en este momento abrieron la puerta sin saber quién lo ordenó y en el autocar de la fuerza y el camión de munición nos subimos al Alcázar, recibiendo los primeros disparos de la columna Riquelme.

Tuve el honor de presenciar personalmente como por primera vez y sin conocerlo el Comandante Méndez Parada y aquéllos magníficos Oficiales de Artillería se ponían incondicionalmente a las órdenes del glorioso Coronel Moscardó.

El día de la llegada al Alcázar del Comandante Vicente Rojo, me ordenaron que no se aproximara nadie en aquellos momentos a la puerta del despacho del Coronel Moscardó. Vi cómo llegó Rojo vestido con un mono y los ojos vendados acompañado de los Comandantes Alamán y Piñar y a la salida del despacho oí decir al Coronel Moscardó “se confirma, se confirma, no se olvide de mandarnos un sacerdote”, y el Comandante Rojo muy pálido se despidió diciendo: “un abrazo para todos los bravos que están aquí”.

El mejor recuerdo que guardo de aquellos setenta días es que mi Fe salió enormemente fortalecida para creer mientras viva en la justicia de Dios Nuestro Señor. Para mí ya todo lo de este mundo tiene poca importancia.

 

A LA SÉPTIMA PREGUNTA:

No sé si lo que voy a referir se puede calificar como anécdota. Estábamos en la puerta de la sala del frente Este, que defendía mi Compañía, y de sorpresa nos apareció un enorme avión de bombardeo que nos lanzaba un artefacto que parecía una bomba de muchos kilos y al entrar, rápidamente, a ponernos bajo techado, un guardia tapándose los oídos dijo “adiós, que con esto acabamos todos”. Por suerte este avión era el que mandó nuestro glorioso Generalísimo con su carta que tantas esperanzas nos dio, y lo que parecía bomba era un gran tubo con víveres, los cuales pasaron todos, aunque hechos puré, a la enfermería para nuestros heridos.

Mediados los días de la defensa apareció, un amanecer, una batería instalada en la Venta del Macho, donde hoy está instalada la Academia de Infantería, cuyas piezas estaban protegidas por una pared de una corraliza. En vista de la proximidad de donde la batería estaba instalada, ordenaron se eligiera a ocho buenos tiradores a los que se les dotó de fusiles bien calibrados y munición nueva. Rápidamente así se hizo y cada dos guardias tiraban a la boca de una pieza que dada la distancia a que estaban se veían perfectamente.

Pudimos observar que esta batería no hizo fuego durante el día y al llegar la madrugada del siguiente vimos como había desaparecido de aquél emplazamiento. Al liberarse  el Alcázar preguntamos a unos cabreros que era lo que había ocurrido y nos informaron que no pudieron acercarse a las piezas porque todos los impactos los hacían en la misma ánima del cañón. Esto demuestra el grado de instrucción en tiro que entonces tenía la Guardia Civil.

Recuerdo también como en otra ocasión, y al tener que instruir a los chóferes, ya que entonces la recluta de éstos se hacía directamente de paisanos, se les daba unas lecciones de teoría de tiro, entre chanzas del resto de los compañeros que les decían: “tira gasolinero”.

A uno de ellos después de explicarle lo que había de observar para hacer un tiro correcto le dije: “¿ves aquélla bandera comunista, que tenemos allí enfrente? Tira a ver si la das”, y la gran sorpresa mía fue cómo efectuó el disparo y derribó aquella bandera.